jueves, 3 de junio de 2010

Juan Ramón Jimenez. Perfiles para la historia


Para los psiquiatras lo suyo era “hiperestesia”, o lo que es lo mismo, una sensibilidad extrema. Para los románticos, ese tono triste y delirante era, sencillamente, los efectos del alma de un poeta.

Juan Ramón Jimenez sufrió de depresiones durante toda su vida. Ya su niñez fue cultivo idóneo para el fruto de la tristeza. Era un niño solitario, que apenas jugaba. Paseaba entre viñas, pinos y olivares, por las bodegas y huertos de su casa familiar en Moguer. Su familia tenía negocios de la tabacalera y elaboraban los licores más ricos refinados.

Pero a pesar de su solitaria infancia, y a por sus poemas, su niñez parecía feliz. En sus escritos se refleja ese deseo constante de regresar a tiempos ya pasados, de recuperar la dulce vida de un niño arropado en los cálidos brazos de unos padres que le quisieron mucho. Por eso, la muerte de su padre, en 1900, cuando él tenía 21 años, fue uno de los golpes más duros para él, una piedra más en el camino hacia el sosiego, un camino que a Juan Ramón se le antojaba demasiado duro.

Sus primeras obras conocidas son “Ninfeas” y “Almas de Violeta”, dos libros de texto que publicó poco antes de la muerte de su padre. Le seguirían poco después “Arias tristes” y “Jardines lejanos”. En ellos recrea la contemplación de la naturaleza y el amor.

Dicen que la sensibilidad extrema da lugar al nacimiento de un artista, y debe ser verdad, porque Juan Ramón Jimenez probó todas las artes: también fue pintor antes de decantarse por la poesía. Y le gustó la música. Aunque era un excelente estudiante, y comenzó a estudiar derecho en la Universidad de Sevilla, no pasó del primer curso. También él sucumbió a los encantos de los poemas del maestro, Gustavo Adolfo Bécquer. Y siguió a Rosalía de Castro y Jacinto Verdarquer. Entre sus amigos se cuenta a Luis Montoto, Rubén Darío y Villaespesa.

Cuentan quienes conocen su vida, que Juan Ramón tuvo multitud de romances, incluso con algunas de las monjas más jóvenes del sanatorio en muchas de las ocasiones en las que estuvo ingresado.

Juan Ramón Jimenez perseguía la felicidad, pero el eco de las preocupaciones terminaba siempre por mantenerlo atado a la melancolía. Preocupaciones familiares, que aumentaron tras la muerte del progenitor, hecho que le hizo sentirse como un niño desvalido. También preocupaciones económicas. Y los propios demonios de su mente, su biografía, que terminaron haciendo mella en la salud del poeta.

Sus mejores años llegaron de la mano de la que fue su esposa, Zenobia. Zenobia era una mujer alegre y con talento. El contraste a la personalidad gris y tormentosa de Juan Ramón. A pesar de las diferencias, Juan Ramón, invadido por esa fuerza invisible que otorga el amor y que transforma en valientes a los enamorados más cobardes, sabía que ella terminaría aceptándole. Y así fue. Zenobia se hizo de rogar pero finalmente se convirtió en su mujer, regalando al escritor los años de mayor esplendor de su vida. Tanto así que los poemas de Juan Ramón cambiaron su estilo. De una etapa sensitiva pasó a una etapa intelectual, de mayor riqueza.

Recordamos cómo no. A Platero

A su luna de miel dedicó una de sus obras más célebres: “Diario de un poeta recién casado”.

Le gustaba escribir sobre lo que conocía: la naturaleza, el mar, la soledad, el amor, y también sobre sus amigos poetas, e incluso sobre un profesor de su infancia al que siempre defendía de las burlas de sus compañeros porque, según estos, no sabía pronunciar bien las palabras. También escribió sobre su tierra, Moguer. De la que, presumen sus paisanos que Juan Ramón se sentía sumamente orgulloso. Pero también Sevilla fue rincón importante para el escritor. Allí se reunía con compañeros poetas en el Ateneo y comenzó a despuntar como poeta.

Estalló la guerra civil. Y se trasladó a Washington. Fue el inicio de un periplo de la pareja recorriendo el mundo. Cuba, México y Miami. El escritor continuó desde el extranjero produciendo textos y cosechando triunfos. Era una figura representativa de España en el extranjero. Al principio, su exilio fue bien, pero la empatía de Juan Ramón, le hizo sufrir la angustia hacia sus patriotas en España, y la distancia le ahogaba. Quería volver y ayudar a los suyos. Más problemas, más desolación. El matrimonio decidió volver, pusieron una casa escuela para acoger a niños afectados por la batalla. Pero con el tiempo, los problemas económicos y la crisis se fueron haciendo cada vez más graves. A la par que Juan Ramón volvía a enfermara constantemente.

En 1951 quien enferma es su amada Zenobia. Un cáncer de matriz la vencía tras meses de lucha con la enfermedad. Zenobia murió el 28 de octubre de 1956. A Juan Ramón se le había ido la luz de su vida, y volvió a sumergirse de nuevo en la más absoluta oscuridad. Un desconsuelo del que los esfuerzos de sus familiares no consiguieron ayudarle a salir.

Juan Ramón JImenez moría dos años después, el 29 de mayo de 1958.

En 1956, el poeta había recibido el Premio Nobel de Literatura, días antes del fallecimiento de su mujer.

A Juan Ramón JImenez se le define como un exponente y defensor de los más elevados principios y tendencias literarias idealistas. Que recorrió el mundo representando a España y declinó los máximos honores.

El 29 de mayo de 1958, Juan Ramón Jimenez emprendía el que iba a ser “Su viaje definitivo”.


Puedes escuchar el audio del programa y este perfil descargándolo gratuitamente aquí:
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Programa Punto de partida. RadioBetis 89.6fm

1 comentario:

  1. Gracias por compartir tanta información, datos que ni se sabían. Juan Ramón Jimenez y su Platero y yo fueron importantes en la niñez de muchos de mi generación.
    Hermosa entrada!!
    Un saludo PTB!!

    http://mismusaslocas.blogspot.com

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